Vida y muerte de Camilo

Relato de la vida y muerte de Camilo D'Ocón
basado en recuerdos y documentos
atesorados por su hermano Manuel
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Camilo D’Ocón Adelantado nació en Caudiel, localidad del interior de Castellón, el 22 de agosto de 1917. Siendo un niño, sus padres, Camilo y Joaquina, se trasladaron junto con él y su abuelo materno a Puerto de Sagunto, en la costa de Valencia. Camilo iba a la escuela y era un chaval estudioso. En 1929 nació su hermano Manuel.
El padre consiguió un trabajo primero de conserje del campo de fútbol y más tarde en el muelle, donde llegó a capataz. Se encargaba de estibar en los barcos raíles recién salidos de la gran factoría siderúrgica de la ciudad. En 1932 sufrió un accidente de trabajo –un fuerte golpe en el pecho que le afectó a los pulmones– y al cabo de unos meses murió de tuberculosis.
La madre quedó sin ningún tipo de pensión. En 1933 regresó a Caudiel, junto con su hijo Camilo y su padre, en cuya casa se instaló. (El pequeño Manolo ya se encontraba en Caudiel, al cuidado de su abuela paterna.) En el pueblo la familia subsiste cultivando patatas, trigo y algún olivo en las cuatro hanegadas de terreno propiedad del fallecido Camilo. La tierra la trabajan el padre de Joaquina, que cuenta 68 años, y su hijo mayor, de 15.
Cuando estalla la Guerra Civil en julio de 1936, Caudiel queda en la zona republicana. Camilo se afilia al sindicato anarquista CNT (Confederación Nacional del Trabajo) y se convierte en su secretario local en Caudiel. Desde su cargo coordina la colectivización de las tierras de cultivo del municipio. La contienda desencadena otros acontecimientos en Caudiel, como la expulsión de las monjas de su convento, que es reconvertido en cuartel militar, o la marcha de la Guardia Civil del pueblo, que fue sustituida por la Guardia de Asalto republicana.
En 1937 la 81ª Brigada Mixta del Ejército Republicano emprende unas maniobras en las afueras de Caudiel que se prolongarían durante un par de meses. Camilo se alista en esta brigada. Una noche, un largo tren de mercancías se los lleva al frente.
Camilo D’Ocón luchará muy lejos de su pueblo: en Cabeza del Buey, en la provincia de Badajoz, donde alcanzaría el grado de teniente. Desde allí se cartea con su familia.
Mientras tanto, los combates se aproximan a Caudiel. El cuartel y antiguo convento es transformado en hospital militar. Allí son atendidos los heridos del ejército rojo que bajan en los trenes procedentes del frente de Teruel. Los cañonazos resuenan en el pueblo.
Por fin, el frente llega a Caudiel. El pueblo padece los bombardeos de la aviación nacional, y sus habitantes han de refugiarse en el túnel del tren que lleva el hierro a Puerto de Sagunto o se esconden en cuevas de los alrededores. Camiones militares republicanos comienzan a evacuar a la población roja hacia Burjassot y su vecina Valencia. En esta capital sobrevive Joaquina con los suyos; Manolo, con nueve años, se dedicaba a recorrer la ciudad montado en tranvía y apeándose para comprar allí donde atisbaba una cola.
Al acabar la guerra, en abril de 1939, regresan a Caudiel. Tienen suerte de que su casa sigue en pie, aunque sus bienes, como los de casi todo el pueblo, han sido saqueados o quemados.
Derrotado el ejército republicano, Camilo regresa a Caudiel unos días después que su familia. Estaba convencido de que, debido a su militancia política, tarde o temprano irían a detenerle, así que decidió tomar él mismo la iniciativa. Apenas transcurridas 24 horas, se presenta ante el alcalde de Caudiel, recién nombrado por las nuevas autoridades; éste ordena el inmediato arresto de Camilo D’Ocón por los guardias rurales. Lo trasladan a la iglesia del convento, ahora un provisional calabozo. Disponía de una colchoneta, y su madre y su hermano le llevaban comida.
Tres días después, se ordena que trasladen a Camilo a Segorbe, a una prisión para los presos rojos. A la salida del pueblo, los guardias, que conocen a Camilo desde que nació, le quitan las esposas: él promete que no intentará escapar, y lo cumple.
Encierran a Camilo en la parte alta de una torre situada en la periferia de Segorbe, junto a otra decena de presos. Para visitarle, su madre y su hermano recorrían a pie casi cuarenta kilómetros entre ida y vuelta; si la economía lo permitía o la climatología era adversa, tomaban el tren. La madre sólo podía verle un momento cuando le bajaban; en ocasiones no lo hacían y le prohibían a ella subir, aunque sí se lo permitían a Manolo, que cumplía 10 años en esos días. Más tarde le trasladaron a la cárcel de Segorbe, donde las condiciones eran mejores: disponía de un patio rodeado por una alambrada y le permitían ver a su madre y a Manolo, tocarles, besarles...
Durante el invierno de 1940 a 1941, Camilo contrajo la viruela. Le llevaron al convento, situado en la glorieta de Segorbe, donde estuvo al cuidado de las monjas. Yacía en una habitación cerrada, vigilada por un soldado en la puerta, a la que no permitían el acceso de familiares. Joaquina sobornaba con bocadillos al soldado para que le dejara observar a través de la mirilla. Le dejaba leche a las monjas para su hijo y se llevaba su ropa para lavarla; le ordenaron hacerlo en el río y la Guardia Civil la vigilaba para que no usara el lavadero.
Camilo logró superar la enfermedad, aunque quedó picado. Lo devolvieron a la cárcel de Segorbe, pero poco después le volvieron a trasladar, esta vez a la prisión de Burriana, al sur de Castellón. Allí, vigilado por la Guardia Civil, pasó tres o cuatro meses.
Camilo fue trasladado de nuevo, en esta ocasión a la prisión más importante de la provincia, en la propia Castellón de la Plana. El penal estaba rodeado de torretas ocupadas por guardias civiles. Para visitarle, Joaquina y Manolo tenían que caminar cinco kilómetros hasta Jérica y tomar allí el autobús; desde la estación de autobuses aún andaban un buen trecho hasta la casa de una generosa familia, situada frente a la cárcel, donde pasaban la noche.
Al día siguiente, a las 10, era la hora de visita (cada preso tenía asignado un día de la semana). Entregaban una cédula identificativa, sacaban a Camilo y charlaban con él a varios metros de distancia, separados por un muro y una verja. Camilo solía recordarle a Manolo que debía cuidar de su madre.
Joaquina recogía la ropa sucia de Camilo, a veces con manchas de sangre, y la lavaba en la casa que les acogía, dejándola lista para la próxima visita.
Tras alrededor de tres años de reclusión, llega el día del juicio, que se celebrará en Castellón. Lo preside un juez militar asistido por varios oficiales de alta graduación. A Manolo le expulsan de la sala, pero un policía deja entreabierta la puerta que vigila y permite que el chaval siga el proceso. La sentencia fue dictada en menos de 24 horas: pena de muerte.
Manolo y su madre continuaban visitando a Camilo todas las semanas. Pero el día 4 de agosto de 1942 fue la hermana de Joaquina la que acudió a Castellón a ver a su sobrino. Llegó temprano a la casa que les acogía en sus visitas y la señora le aseguró que se habían llevado a Camilo en un camión para matarle. La tía se fue al cementerio; en el depósito estaba el cadáver de Camilo junto a los de otros dos presos. Camilo había muerto ametrallado por la Guardia Civil a orillas del río Seco, cuyo cauce discurre junto al cementerio provincial. Según el certificado de defunción, murió como consecuencia de una “hemorragia interna”.
La mujer limpió la cara ensangrentada de su sobrino con la camisa limpia que le llevaba y encargó un ataúd; de no haberlo hecho, su cuerpo habría sido arrojado a una fosa común.
De vuelta en Caudiel, la tía de Camilo comunicó la triste nueva a Joaquina. Dos días después ésta pudo visitar la tumba de su hijo en Castellón y recoger sus pertenencias en la cárcel, entre ellas un colchón de borra. Cuando Joaquina descosió el jergón para lavarlo, encontró un papel entre la basta lana. Ella no sabía leer y le pidió a un hermano suyo que lo hiciera. Era una carta de despedida que Camilo había camuflado allí [se reproduce su texto íntegro más abajo].
A los trece años, la noticia de la muerte de su hermano trastornó completamente a Manolo. Joaquina aún tuvo que ir a limpiar la iglesia de Caudiel durante años sin recibir nada a cambio, para expiar el delito de Camilo.
Ocultaron la última carta de Camilo, así como su corbata y su pañuelo de la CNT. Cuando se mudaron a Puerto de Sagunto en 1950 llevaron con ellos estas cosas, que permanecieron enterradas hasta la muerte de Franco. Cada año, por la festividad de Todos los Santos, Joaquina y Manolo se desplazaban al cementerio de Castellón a honrar a Camilo. Joaquina, enferma de Parkinson, falleció en 1968.
Manolo reivindica ahora con orgullo la figura de su hermano Camilo, un joven luchador por la libertad, y desea hacer honor a su memoria, como él mismo le pidió tras ser vilmente asesinado.